La invención de las naciones hispanoamericanas

Hoy Hispanoamérica está dividida en más de 20 países desde Argentina hasta México, pero todos comparten un pasado unificado, una cultura, una lengua y una religión. Si caminas desde Baja California hasta la Patagonia habrás cruzado muchos países con gentes de la misma descendencia, la misma lengua y la misma religión. ¿Cómo puede ser que una región tan extensa esté tan unida en ese aspecto pero en lo político tengan tantas divisiones y conflictos internos?

Hispanoamérica antes de la llegada de España era una región dividida en miles de tribus que no conocían más allá de las tribus vecinas, no había ningún sentido de país ni de continente. A la llegada de los españoles todas esas tierras empiezan a dividirse con líneas marcadas para funcionar institucionalmente por lo que en el Virreinato de Nueva Granada no había ningún sentido patriótico o nacionalista porque no había una cultura de identidad en toda esa zona; todos eran de cultura española. Los actuales países que componen Hispanoamérica no existían ni en su nombre ni como estado antes, por lo que es incorrecto decir que “los españoles invadieron Colombia” porque Colombia no estistía.

Las divisiones territoriales se crearon para organizar institucionalmente todos esos territorios, no se les concedió ese estatus porque antes de España eran algo. Los que se salen un poco de esta regla son el Imperio Mexica (del que deriva hoy en día México) y el Imperio Inca (que se podría identificar con Perú). Pero aún así, México se había formado con la conquista y el maltrato de sus vasallos, que eran tribus que no tenían una identidad de ‘cultura mexicana’.

Por Denís Gómes-Taylor Oliver Primer Ministro del Reino de Wikonga

La forja de la hispanidad

Por Valentina Orte Publicado 12/10/2015 en TradicionViva

Etimológicamente, la palabra “Hispanidad” deriva de Hispania, nombre que los romanos dieron a la provincia cuya extensión alcanzaba la Península Ibérica y el archipiélago Balear, así como la zona norte del actual  Marruecos. Por extensión, la expresión “hispano” ha terminado abarcando a las personas de habla hispana o cultura de ese origen, que viven en América y España.

La expresión hispanidad o hispano se utiliza para denominar a las personas, países y comunidades que comparten el idioma español y poseen una cultura relacionada con España debido a la llegada de los primeros españoles a América, terra incognita, hasta su descubrimiento por Cristóbal Colón el 12 de octubre de 1492, uno de los hechos más importantes de la historia europea que condicionó la evolución política, social y económica de los siglos siguientes. La Corona Españolano obtuvo las especias de las Indias. Pero en su lugar consiguió algo mucho más importante: la oportunidad de construir un gran Imperio preocupándose por la conversión y el trato justo de los amerindios. La Reina Católica, al contrario que otros países posteriormente, los consideró personas y aún más, súbditos de la Corona de Castilla. Ésta es una de las claves más importantes en la evolución del tratamiento jurídico del indio que, no sólo no ha sido suficientemente destacada sino que ha sido ocultada. En las instrucciones, dadas a Nicolás de Ovando el 16 de septiembre de 1501 se recogía perfectamente esta nueva situación jurídica del indio. Concretamente pretendía un doble objetivo, a saber: primero, que los indios fuesen convertidos a la fe católica con lo que, por un lado se cumplía con lo dispuesto en las bulas Alejandrinas, y por el otro, contribuía a la consolidación de la soberanía en los nuevos territorios. Y segundo, que fuesen bien tratados “como nuestros buenos súbditos y vasallos, y que ninguno sea osado de les hacer mal ni daño”. De esta forma la Reina se adelantaba cuarenta y un años a las famosas Leyes Nuevas en las que Carlos V prohibió la esclavitud del aborigen, atendiendo a que eran “vasallos nuestros de la Corona de Castilla”.

El  rey Fernando, muerta ya Isabel, regente de Castilla en nombre de su hija, aprobó en Burgos el 27 de diciembre de 1512 las que se denominaron Ordenanzas Reales para el Buen Regimiento y Tratamiento de los Yndios. Sus 35 artículos establecían unos derechos para los trabajadores que no existían ni en España, como por ejemplo el que daba protección a la mujer embarazada para las que decretaba que dejarían de trabajar en las minas cuando estuvieran de cuatro meses y se limitarían al trabajo doméstico y, tras dar a luz, no regresarían a las minas hasta que los hijos hubieran cumplido tres años “sin que en todo este tiempo le manden yr a las minas ni hazer montones ni otra cosa en que la criatura rreçiba perjuyzio” (para sí querrían este artículo muchas mujeres actualmente).

Pero el más importante de los artículos es aquel que dispone que el indio es un ser humano, libre y con derechos de propiedad. Se regulaba su obligación de trabajar (cosa que les violentaba porque no estaban acostumbrados) pero también su derecho a un salario y a que el trabajo fuera digno. Los indios solo podían trabajar 8 meses al año, los otros 4 eran para ellos, para labrar sus tierras y atender sus propiedades. En cierto modo las Leyes de Burgos toman en cuenta la organización social de los Amerindios acordando a los caciques y a sus hijos un trato particular.

La religión constituye el meollo de las Leyes de Burgos. Al encomendero le exige que disponga de una iglesia, le manda  rezar con los indios,  que provea su traslado y que les acompañe a la ida y vuelta y que “es importante que lleguen a la iglesia descansados”. La ley cuarta subraya la obligación de “enseñar a los indios los diez mandamientos e syete pecados mortales e los artículos de la fee … pero esto sea con mucho amor e dulçura”(sic). En cuanto a los clérigos, tienen la obligación de “confesar a los indios, por lo menos, una vez al año,  de bautizar a los recién nacidos a la primera semana de nacer, de casar a los indios por la iglesia y de enterrar a los muertos cristianamente”.

Estas normas fueron, para la época, absolutamente revolucionarias y, si bien el concepto de libertad era totalmente distinto al de ahora, lo importante es que se reconoció ese derecho. La mera invención del concepto de derechos humanos, independiente de la nacionalidad, la religión… es un concepto totalmente revolucionario. Como consecuencia, se pasa a considerar que las relaciones entre estados debían estar basadas en el derecho, en la justicia, y no en la fuerza.

Las Leyes de Burgos son novedosas también por las cincuenta copias impresas. Nunca se había hecho antes. Fueron pregonadas públicamente por las “plaças e mercados e otros lugares acostumbrados desa dicha ysla por pregonero e ante escrivano publico.” Eso muestra la importancia que el Rey Católico dio a la divulgación de las leyes que constituyen la primera legislación para los pueblos del Mundo Nuevo. El Rey Fernando nos aparece sumamente moderno en su afán de comunicación. Desgraciadamente, por la gran distancia entre el Mundo Viejo y el Mundo Nuevo, lo largo de los viajes, la difícil información, siempre indirecta, del monarca, dieron lugar a toda clase de abusos denunciados por los misioneros en las tierras conquistadas, especialmente los dominicos Fray Pedro de Córdoba, superior de los Dominicos en la Española y Fray Matías de Paz, teólogo salmantino, quienes junto a la convulsión que causó el famoso sermón de Montesinos, misionero en la Española, dieron lugar a las Leyes de Burgos. Pena que no esté reconocida esa labor pionera de los frailes, tan importante, que lleva al profesor Juan Cruz Monje a defender que en estas Leyes de Burgos de 1512 y en la Escuela de Salamanca, con Francisco de Vitoria a la cabeza, se encuentra el primer precedente del Derecho Internacional y no tanto en Hugo Grocio, quien aparece en las teorías clásicas como precursor.

“El juramento de Hernán Cortés”

Esta aventura prodigiosa que condujo al descubrimiento de un nuevo continente, la colonización de tan vasto territorio por tan pocos hombres, el transmitir, junto con nuestro idioma, la religión católica y los valores que, a través de la Historia, heredamos de griegos y latinos, constituye la forja de la Hispanidad de la que tan orgullosos debemos sentirnos. Pero la hegemonía que eso conllevaba, produjo un odio en Europa contra España que han vertido en numerosos escritos, fomentando lo que se ha dado en llamar la Leyenda Negra. Surge a mediados del siglo XVI, en el contexto de la Reforma protestante que España decide combatir con la máxima energía. Aunque surge con Carlos V, cristaliza, posteriormente, en torno a tres ejes: Felipe II, el rey más poderoso de la cristiandad, presentado por sus enemigos como epítome del oscurantismo represivo y la crueldad total; la Inquisición, sus autos de fe, y la conquista de América; tristemente, contribuyen a ello con gran eficacia las famosas Relaciones escritas por Antonio Pérez, ex secretario del monarca, (quien, conociendo a fondo el entorno del rey, combina verdad y mentira hábilmente), Montano, que se encargará de engordar la fábula con un libro-libelo donde narra “las bárbaras, sangrientas e inhumanas prácticas de la Inquisición española” (ocultando que era práctica conocida en Europa: los tribunales ingleses quemaban a supuestas brujas todos los días) y  fray Bartolomé de las Casas, con su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, un libro que reduce la colonización de América a una interminable matanza.

Hay que repetir hasta la saciedad que esta teoría  ha tenido éxito por el interés en que lo tenga, no porque sea una realidad. Solo con comparar la conquista de América del Sur con la del Norte, sobra todo comentario. En la colonización de lo que luego fueron los Estados Unidos, los británicos no llevaron leyes similares a las españolas... y las consecuencias se conocen ampliamente. Los valores que España llevó a América, sirvieron para que se formase una sociedad culta, prolongación de la europea occidental, la criolla. En los países de la América hispana ha habido presidentes descendientes de indígenas (Rafael Carrera en Guatemala, Benito Juárez y Lázaro Cárdenas en México, Alejandro Toledo en Perú, Evo Morales en Bolivia…), mientras que en Estados Unidos los indios han sido exterminados y reducidos a reservas.

Pero si esta amalgama de medias verdades y mentiras monstruosas tomó carta de naturaleza es porque los propios españoles terminaron por creerse la leyenda negra. A este respecto, decir que en las Cortes de Cádiz, los grandes próceres de aquel Parlamento, y los poetas que les acompañaban, daban por buena toda la basura vertida contra su país a lo largo de los siglos. No supieron determinar los factores interesados en que ese descrédito se produjera.

Desde fines del siglo XVIII la corona inglesa, por medio de la Compañía de Indias Orientales, venía realizando planes para la conquista de esta parte de América, con el propósito de insertar sus productos y manufacturas en la sociedad hispanoamericana y encontrar una solución luego de su fracaso en el acceso a América Central. El año 1810 Londres estuvo dominado por las noticias que llegaban de España acerca del desmoronamiento de la monarquía, ante la consolidación de la ocupación napoleónica y el resurgimiento de las autonomías locales como mecanismo de resistencia ante el invasor. Se expandía igualmente el temor de que los codiciados territorios americanos cayeran también en manos de Napoleón. Inglaterra actuó en un doble sentido: en la península ayudaron a combatir al emperador francés, pero en la América hispana utilizaron el poder oculto de sus influyentes logias azuzando a los descontentos en la lucha entre el absolutismo centralizador de la monarquía borbónica de signo francés y el régimen tradicional criollo de los Cabildos abiertos y de los Congresos generales. La España oficial, el equipo dirigente de la Nación, había renegado de los valores que los engendraron a la existencia histórica. Ya el 30 de marzo de 1751, el Marqués de la Ensenada escribía al embajador Figueroa: “Hemos sido unos piojosos llenos de vanidad y de ignorancia”, quizás en referencia a que su ceguera no les permitió ver que la tierra se movía bajo sus pies.

A fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, cuando surgen los primeros movimientos emancipadores en América, la masonería verdaderamente política no era la inglesa sino la francesa, primero revolucionaria y luego bonapartista. Su influencia y sus vínculos eran poderosos y se extendían fuera de Francia. De hecho, los primeros movimientos revolucionarios en las colonias españolas y portuguesas -la de Nariño en Bogotá en 1794, la de Gual y España en Caracas en 1797 y la de Pernambuco en 1801-, fueron liderados por masones con fuertes vínculos con sus hermanos franceses. Los masones pernambucanos incluso llegaron a solicitar la protección de Napoleón, quien ya era Primer Cónsul de Francia. La masonería no era (no es) una organización monolítica que respondía a un único líder, como lo era la iglesia Católica, sino una organización internacional descentralizada con múltiples sectas, ritos y hermandades, que no siempre coincidían entre ellas y muchas veces se oponían abiertamente, pero la “fraternidad entre hermanos” les facilitó mucha ayuda externa, como la prestada por la Sociedad de Tammany o la de la Sociedad de los Caballeros Racionales. En todas las épocas, y en el mundo entero, las sociedades secretas se han constituido como fuente dinámica en el proceso de transformación social y política, y se han comportado como fundamental estímulo en los procesos revolucionarios.

La guerra de Cuba fue el último acto de heroísmo imperial español. La pérdida de esta guerra dio motivo a los “regeneracionistas” y a los intelectuales liberales para atacar la política reinante y poner de manifiesto el “engaño político en que vivía España”. El impacto del “desastre colonial del 98” fue grande. La derrota colonial no fue más que el punto de partida, que no la causa, para que un grupo de intelectuales impulsara un cambio de rumbo en la política nacional y en la mentalidad popular. La protesta contra la política oficial ya estaba ahí desde el movimiento regeneracionista que reclamaba una radical reforma socio-política a todos los niveles.

La sociedad española de finales del siglo XIX y comienzos del XX estaba pasando una grave crisis. A finales del XIX, durante la Restauración, España vivía inmersa en una profunda depresión económica y social. El caciquismo viciaba toda la vida democrática. El país estaba regido por una administración ineficaz y corrupta. El Parlamento no representaba a la ciudadanía. Un desánimo general invadía a una nación que antaño había sido un gran imperio “en el que no se ponía el sol”.

El regeneracionista Joaquín Costa
El regeneracionista Joaquín Costa

Esta situación de depresión propició el surgimiento de un pequeño grupo de la clase media que intentó presentar alternativas al estancamiento político y cultural del país proponiendo una “regeneración” nacional a nivel económico, político y social. Ante la desmoralización colectiva los “regeneracionistas” intentan levantar una sociedad en ruinas. Su líder, Joaquín Costa, manifiesta una  repulsa hacia el estado de cosas que lo había hecho posible y la exigencia de un cambio rotundo de la vida española. La Generación del 98 estaba casi obsesivamente preocupada por lo que se llamó el “problema español”. Todos los autores del 98, nacidos en la periferia peninsular, contemplan la vida con “gravedad castellana” y ven en la frivolidad y en la oratoria vacía el peor defecto de la Restauración. “Les duele la triste realidad española” y, como nuevos románticos, reaccionan con amargo pesimismo ante el lamentable espectáculo que la patria les ofrece. Idealismo, gravedad, sobriedad y agudo espíritu individualista les caracteriza.

El afán principal de la intelectualidad del 98 será buscar los valores propios españoles, los valores auténticos, pervertidos o encubiertos por la “España oficial”; los valores espirituales que distinguen a España de las demás naciones que nos llevó a la gesta gloriosa de la Hispanidad. Muchas de esas ideas del 98 y varias de las ideas políticas de Ortega y Gasset serán asumidas por el fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera. Si se exceptúa a Pío Baroja, que fue toda vida consecuente con sus ideas nietzscheanas de un vitalismo anarquista en su búsqueda de aquellos valores, todos los demás miembros del 98 evolucionaron o a una extrema derecha, como Ramiro de Maeztu, o a un conservadurismo tradicional, como Azorín. En el fondo, todos siguieron siendo apolíticos y su ideología mantuvo un marcado carácter espiritual e intimista.

La Hispanidad era lo permanente, el espíritu con fuerza y energía creadora y fecundante, capaz de corporeizarse, de hacerse visible y operar a través de esquemas distintos. No supimos tampoco caracterizar y calificar el hecho doloroso de la separación. Creímos que las Provincias emancipadas hacían, con el gesto independiente, una manifestación tajante, definitiva y pública de repudio a la España materna y progenitora  que repelía a la más noble juventud de América. Las provincias españolas de América y de Asia, ̶ Hispanoamérica y Filipinas,̶  repudiaron a esa España en metamorfosis que se había traicionado a sí misma, pero no repudiaron a la Hispanidad.

Llegados a este punto cabe preguntarse ¿por qué en España se es tan reticente a la celebración del día del descubrimiento de América? ¿Por qué los españoles no sienten el orgullo de haber realizado semejante gesta? Es significativo que el investigador mejicano Alberto Escalona Ramos, se pregunte: “¿Por qué se oculta en las historias oficiales de mi país que durante los siglos virreinales Méjico era la capital de un mundo que se alargaba desde Honduras al Canadá?” o que Vasconcelos[1] proteste indignado: “¿Es qué acaso se quiere que reneguemos de un pasado grandioso, que liquidemos nuestra médula cristiana y española y nos transformemos y convirtamos en parias del espíritu?”. Los españoles podríamos plantearnos preguntas similares; sin embargo, la mayoría del pueblo español, muy influido por las ideas disolventes de la masonería, (cada vez más en auge desde la muerte de Franco) manifiesta no ya indiferencia, sino hostilidad hacia la conmemoración y recuerdo, de modo que ninguno de los nombres que se le ha dado, ha sido bien aceptado.

La denominación Día de la Raza fue creada por el ex ministro español Faustino Rodríguez-San Pedro, quien como Presidente de la Unión Ibero-Americana en 1913, pensó en una celebración que uniese a España e Iberoamérica, eligiendo para ello el día 12 de octubre. Posteriormente, las izquierdas alegaron que era un término fascista; seguramente, en su ignorancia pensaron que era creación de Franco.

Hacia 1929 el sacerdote católico español Zacarías de Vizcarra, radicado en Argentina, propuso, en un artículo publicado en la revista Criterio, de Buenos Aires, que “Hispanidad” debiera sustituir a “Raza” en la denominación de las celebraciones del doce de octubre. El término, utilizado ya por Unamuno en un artículo publicado por La Nación, de Buenos Aires, el 11 de marzo de 1910, comenzó a florecer a partir de 1926, de la mano del médico argentino Avelino Gutiérrez y de dos periodistas españoles, el socialista Luis Araquistain y el liberal Dionisio Pérez, quienes se convierten, durante los años 1926 y 1927, en principales propagadores de su uso (particularmente en medios pertenecientes a Nicolás María de Urgoiti, como El Sol y La Voz).El 15 de diciembre de 1931, Ramiro de Maeztu que había sido Embajador de España en la Argentina en 1928 y 1929, inició la revista Acción Española con un artículo, ”La Hispanidad” que comienza:

El 12 de octubre, mal titulado el Día de la Raza, deberá ser en lo sucesivo el Día de la Hispanidad.” Con estas palabras encabezaba su extraordinario del 12 de octubre último un modesto semanario de Buenos Aires, El Eco de España. La palabra se debe a un sacerdote español y patriota que en la Argentina reside, D. Zacarías de Vizcarra. Si el concepto de Cristiandad comprende y a la vez caracteriza a todos los pueblos cristianos, ¿por qué no ha de acuñarse otra palabra, como ésta de Hispanidad, que comprenda también y caracterice a la totalidad de los pueblos hispánicos?”

A lo largo de 1932 y 1933 Maeztu fue puliendo y popularizando en Acción Española su idea de la Hispanidad, que quedó consolidada en la primavera de 1934, cuando apareció su libro Defensa de la Hispanidad. En la plenitud de la segunda República Española, el 12 de octubre de 1935, celebraba en Madrid, por vez primera, el Día de la Hispanidad, y publica el artículo así titulado, en una revista titulada precisamente Hispanidad –“la revista de exaltación de España”–. Un año después, en octubre de 1936, Ramiro de Maeztu, prisionero de la República en la cárcel de Madrid, fue asesinado sin juicio en una de aquellas tristemente famosas sacas. Pero su Defensa de la Hispanidad volvió a publicarse en 1938, en plena guerra civil española, y sus ideas se convirtieron en uno de los principales soportes ideológicos de quienes alcanzaron la Victoria y pudieron establecer la Paz sobre quienes entonces preferían convertir España en una república bolchevique satélite de la Unión Soviética. No es de extrañar, por tanto, que con esa facilidad que siempre tienen las izquierdas para manejar pensamientos y aún la Historia, quieran ocultar el concepto, aunque jamás podrán ocultar la verdad de los hechos. Y hay que recalcar que oficialmente esa denominación no alcanzó reconocimiento durante el gobierno de Franco hasta el 10 de enero de 1958, cuando, por un decreto de la Presidencia del Gobierno, declaró el 12 de octubre fiesta nacional, bajo ese nombre de Día de la Hispanidad.

Con la llegada del periodo democrático surgió el debate de sí era conveniente cambiar el Día de la Fiesta Nacional de España al 6 de diciembre, fecha en la que se aprobó la Constitución de 1978, siempre tratando, por todos los medios, de minimizar la importancia de la labor llevada a cabo por España. No obstante, una ley publicada en 1987 ratificó el 12 de octubre como festividad asociada al Descubrimiento. Su único artículo indica:

Se declara Fiesta Nacional de España, a todos los efectos, el día 12 de octubre, omitiendo la relación de la fecha establecida con la sin par proeza llevada a cabo por un puñado de españoles.

[1] José María Albino Vasconcelos Calderón (Oaxaca, 27 de febrero de 1882-Ciudad de México, 30 de junio de 1959) fue un abogado, político, escritor, educador, …

México debería reivindicar su territorio

Aunque le duela a muchos partidarios de la Leyenda Negra Española, México era mucho más rica que España en su independencia, además era el doble de grande de lo que es hoy. México llegaba desde California hasta Costa Rica y en tiempos del virreinato controlaba hasta Filipinas, Alasca, Florida y Cuba. España y todos los españoles pusieron un gran escuerzo en conquistar los territorios que llegaban hasta Nutka (Alasca) y en menos de 50 años ya lo habían perdido todo a los Estados Unidos.

¿Cuáles son los estados más ricos de EEUU? California, Texas, Florida y Nueva York. Curiosamente tres de ellos fueron parte íntegra de Nueva España, España (ergo los mexicanos) se dejaron en esos territorios cientos de miles de infraestructuras, misiones, fuertes, hospitales, etc. Y los mexicanos tienen un derecho a tener de vuelta su territorio.

México, como país líder de la Hispanidad en América, debería reivindicar sus influencias en la historia de más de 75% de Estados Unidos. Así podrá la Hispanidad tener una voz en el ámbito internacional. La Embajada de Wikonga en México está ya trabajando en esta labor de reivindicación de la historia de España y de México. Porque México y la Hispanidad tienen un gran pasado, y en Wikonga trabajamos para que tenga un gran futuro otra vez.

¿Ciudadanía española para los puertorriqueños?

En 2015 el Reino de España concedió a los judíos sefardíes la nacionalidad española tras más de 500 años de su expulsión y posterior diáspora desde España. En relación a esa base histórica, en la que violentamente unos ciudadanos pierden la nacionalidad de su patria, se podría hacer algo similar con los puertorriqueños.

Puerto Rico es una isla del Caribe que fue española desde 1493 hasta 1898 (más de 400 años), cuando Estados Unidos anexó violentamente la isla y forzó a España a reconocer la pérdida de una parte de la nación.

Los puertorriqueños han sido ninguneados e ignorados en Estados Unidos, Puerto Rico es tratado como una colonia americana (el 75% de los puertorriqueños no hablan inglés). Los ciudadanos antiguamente españoles de Puerto Rico se merecen un gesto por parte del Gobierno Español para ampararles tras un siglo de brutal colonialismo americano.

Si los ciudadanos de Puerto Rico ganasen la ciudadanía española que se les arrebató forzosamente en 1898, podrían tener un gran futuro con plenos derechos europeos y españoles. Además sería el primer paso a la reunificación de España con Puerto Rico, un territorio que es parte íntegra de la Nación Española.

El Reino de Wikonga apoya completamente esta propuesta, como un gesto de colaboración con el Reino de España, el primer ministro de Wikonga, Don Denís Gómez-Taylor, mandará una carta a Su Majestad Felipe VI de España para transmitirle esa propuesta. Además el Gobierno del Reino de Wikonga se pondrá en contacto con plataformas reunificacionistas de Puerto Rico.

Ya no sólo es tirar estatuas, es destruir la historia occidental

Hemos podido ver en los últimos tiempos que en numerosas manifestaciones por todo el mundo occidental se han atacado y en muchas ocasiones derribado estatuas de personajes importantes de la historia occidental.

La causa de este odio hacia la historia es que esos personajes, como Cristóbal Colón, Winston Churchill o Isabel I de Castilla, no son aceptables en nuestros tiempos. Quizás sea por ignorancia o por conveniencia, pero lo que no muchos entienden es que sin esas figuras históricas no tendríamos hoy el mundo que tenemos: sin Isabel I de Castilla o Cristóbal Colón no habría descubrimiento español de América, por lo que no habría protección legal de los indígenas por lo que ese 84% de indígenas y mestizos de México estaría ahora mismo en 1%. Ese es sólo un ejemplo.

Además se han visto ataques a personajes como Lincoln o Fray Junípero Serra, que según muchos manifestantes ‘no son aceptables’. Esto indica que la marabunta de orcos ignorantes que ataca a las figuras históricas se mueve más por el odio hacia la historia de Occidente que otra cosa.

Muchos de ellos (si no la mayoría) no está de acuerdo con que se considere que ha sido Europa y la Civilización Occidental (liderada en su mayoría por España) la que ha podido dominar el mundo, que mientras en Europa se diseñaban y construían máquinas a vapor, en África todavía se pintaba el arte rupestre.

Hoy Europa y Occidente son el mundo libre: con más derechos y libertades que cualquier otra civilización. Y todo esto que gozamos ha sido gracias a todas esas personas y figuras históricas que han llevado a Europa a la dominación mundial, y guste o no: hay que aceptarlo y respetarlo.

La historia no está para se criticada o reprobada, sino para ser estudiada y para que podamos aprender de ella. Debemos respetar la historia de Occidente que, pese a sus sombras, ha sido la región que consiguió dominar el globo; y gracias a ellas gozamos hoy de nuestro mundo moderno y avanzado.

Causas de la Independencia en la América española

Publicado inicialmente en RevisionismoHistorico por Jorge Luna Yepes.


Como en todo hecho trascendental, debemos distinguir las causas remotas, profundas, y las que son inmediatas, más o menos circunstanciales. Hay dos causas remotas, evidentes: la decadencia de España y la formación de una personalidad hispanoamericana diversa de la hispanopeninsular.

Entre las causas inmediatas debemos considerar principalmente: 1ª El influjo de la independencia de los Estados Unidos; 2ª El de la Revolución francesa; 3ª De las ideas revolucionarias liberales que presidieron estos dos movimientos; 4ª El afán inglés de acabar definitivamente con el Imperio español; 5ª La labor de la masonería; 6ª La situación crítica que sobreviene a España por la invasión napoleónica; 7ª Resentimientos personales, y 8ª Limitaciones económicas.


A) Causas remotas
La decadencia de España obedece a un proceso de biología política de explicación sencilla. Esta nación hace un esfuerzo extraordinario durante dos siglos (fines del XV a principios del XVII), en los que combate en todos los puntos de la tierra: en África y en Flandes, en América y en Oceanía en Asia, y en los océanos; y combate contra moros y contra herejes protestantes; contra turcos y contra ingleses, contra franceses y flamencos; y al mismo tiempo envía a millares de sus hijos a que creen nuevos mundos en las tierras salvajes que devoran a los que se aventuran por ellas.
Este esfuerzo continuado, creador y gigantesco, le desgasta; y sus rivales, que unidos resultan más poderosos, valiéndose de toda clase de medios, al fin le vencen. España exhausta vive de su gloria, pero deja de empuñar el cetro de Occidente, el que pasa a Francia e Inglaterra. 
Con su vitalidad disminuida, no tiene: fuerza suficiente ni para presidir de manera eficaz la vida del Imperio, que comienza a resquebrajarse, ni para mantener una política independiente que obedezca a su espíritu, a su misión histórica y a sus intereses, y cae en la órbita de sus antiguos rivales, cuyos fines sirve.
No sólo hay despoblación catastrófica, sino también decadencia espiritual. Si en tiempo de los Reyes Católicos contaba España con unos diez millones de habitantes, al cabo de un siglo, después de la muerte de Felipe II, no tenía más de cinco; lejos de duplicarse, se había reducido a la mitad. 
Concomitantemente se había ido perdiendo, a manera de evaporación, la afirmación eficaz de los propios valores y el propio destino. España ya, no era ni se sentía eje de Occidente; había pasado a ser accesoria, segundona, pronta a imitar a sus antiguas rivales, disminuida de personalidad.
Entonces las novedades francesas e inglesas se procuran copiar al pie de la letra, sea en la superficialidad de los vestidos, sea en la brillantez de las ideas enciclopedistas, sea en la misteriosa introducción de las logias masónicas. Se había empequeñecido en todo sentido; y ni siquiera, en el afán de imitación, había logrado subir al coche de la técnica en que se habían embarcado sus competidoras.
Ya se comprende que así no podía dar vitalidad a las grandes extremidades del Imperio. La falta de fe en sí de la cabeza misma, contagia a los demás. Muchas veces sin explicarse, subconscientemente, criollos y mestizos, aun honrándose de pertenecer a España, sentirían enfriamiento, alejamiento, desconfianza. La vida iba muriendo en las articulaciones imperiales. Y un proceso semejante presenciamos ahora en los países europeos que desangraron física y espiritualmente al español.
Por esa mecánica que existe en los acontecimientos sociales, correlativamente con la, decadencia española iba fortaleciéndose el organismo de las colonias. Se había formado un nuevo tipo racial, un nuevo tipo humano, que más que mestizaje sanguíneo lo tenía psíquico. Era el fenómeno que estudiamos al hablar concretamente del mestizaje; era la influencia de un medio diverso en el hombre europeo.
A cada persona humana corresponde una personalidad, un modo se ser; a los hispanoamericanos correspondía una personalidad que no era, la de los hispanopeninsulares; consecuentemente, las entidades regionales de Hispanoamérica que habrían de dar origen a los actuales Estados, tenían personalidad colectiva diversa de la española.
América, con su vida igual, pacifica, religiosa, inundada de indios sojuzgados, suaviza las aristas hasta en el modo de hablar. No se oirán en gargantas americanas las duras y jotas, ni se diferenciarán las zetas lo español perderá dureza en América, pero perderá también definición el español. Se presentará más expeditivo, más francote y directo, más mandón; el hispanoamericano, más sutil; más amanerado, más cortés, más lleno de rodeos menos enérgico y menos alegre.
El que tiene más acusado sentido de acción suele mirar despectivamente al que lo tiene en grado inferior; de ahí que los nórdicos miren del hombro para abajo a los mediterráneos; los occidentales a los de Oriente; algo semejante sucedía con españoles e hispanoamericanos. Era natural que esto sucediera.
Allí en plena decadencia, el español conservaba, sus aristas intransigentes y duras, que las sabía hincar al rato menos pensado; si no, díganlo los franceses, que tuvieron que habérselas con un 2 de mayo, con Zaragoza y con Bailén, y dígalo la, España de 1936, que le hizo, exclamar a Claudel:

“Dijeron que dormías y habías quedado estéril y en un momento has despertado y poblado los cielos con un millón de mártires”. El español, expeditivo, duro y proveniente de un medio, más culto, más civilizado y con el control de los primeros cargos y dignidades, tenía que ver desdeñosamente al hispanoamericano, menos enérgico nacido en un medio menos adelantado.
Cuando el hispanoamericano culto midió sus armas con el hispanoeuropeo culto o con otros europeos y se dio cuenta de su valer, trocó la natural admiración por lo español, en resentimiento; se sintió preterido injustamente; juzgó, luego, que era un atropello y una explotación que se prefiriera para el gobierno a gentes venidas de la Península, cuando en la propia tierra había personas capaces y de méritos. Y muchos patriotas fueron simplemente hombres de mérito que recibieron estos agravios u otros provenientes de las instituciones de la época, que les hicieron reaccionar tanto contra las instituciones como contra la autoridad española y aun contra España.
Ese fue el caso de Miranda y el de Espejo, que reciben agravios personales, y el del marqués de Miraflores, que los recibió en su padre y lo mismo sucedió con muchos religiosos y habría pasado con Mejía si su pronta ida a España no le hubiera colocado en situación brillantísima que contrastaba con sus humillaciones en Quito y no hubiera llegado a apreciar a los españoles al compararles con los franceses invasores.
Al sentirse agraviados, ya se comprende cómo se haría violenta la convivencia de criollos y chapetones y cómo habrán caído, mutuamente pesadas, las personalidades respectivas. Entonces, se comenzó en América a repudiar a lo español y se oiría en las calles de Quito, en 1765, el grito de “Mueran los chapetones, ¡abajo el mal gobierno! (¡Viva el Rey!)”. 
Este principio de reacción antiespañola no, lo pudieron suprimir ni hombres como Carondelet, todo él gallarda generosidad, ni menos los que empezaron a emplear medidas radicales, muy españolas y muy explicables por la época y las circunstancias, por cierto, pero que acabaron por encender inconteniblemente la hoguera.
Lo único que habría, cabido entonces era una, oportuna y amistosa, aunque dolorosa y forzada, retirada española ; pero ya se comprende que era casi imposible. No cabe ejemplificar con lo actuado por Inglaterra con la India, pues ni nosotros somos hindúes, ni España Inglaterra, ni mediados del siglo XX es lo mismo que principios del XIX; y recuérdese cómo fue de dura y larga la lucha entre la metrópoli y las colonias inglesas, que se independizaron a cañonazos.
He aquí cómo la afirmación de la personalidad hispanoamericana, al dar a nuestros dirigentes consciencia de su propio valer, condujo a la separación de España. Estudiadas las causas remotas de la independencia, pasemos a las otras.


B) Causas inmediatas
Entre ellas, como dejamos indicado arriba, tuvieron influencia decisiva las ideas democrático-liberales, y las revoluciones por ellas engendradas, especialmente la de independencia de los Estados Unidos y la francesa.
Las ideas revolucionarias tienen su origen remoto y doctrinario en la revolución religiosa, protestante del siglo XVI, y en el inmediato desarrollo económico de la burguesía. Tienen filósofos alemanes e ingleses que las ayudan con sus lucubraciones y cuentan en el siglo XVIII con propagandistas entusiastas tales como Voltaire, el satírico mordaz, destructor de todo lo que hasta entonces había sido respetado; Juan Jacobo Rousseau, el teorizador del origen del Estado en el pacto social de los hombres primitivos; el barón de Montesquie, admirador de las instituciones inglesas, autor de “El espíritu de las leyes”, y los enciclopedistas tales como Diderot, D’Alembert, etc., que frecuentaban las tertulias de damas aristocráticas pagadas de su intelectualismo y que hicieron su Enciclopedia.
Aquellas ideas, propugnadas por estos intelectuales, algunos de ellos escritores sugestivos, se presentaron tumultuosamente en Francia a partir de 1789 y llenaron de entusiasmo a varias mentalidades jóvenes de América, noveleras de las últimas teorías, ansiosas, de sobresalir y con espíritu apto para aceptarlas, dada la oposición, no, exenta de envidia, con los peninsulares, favorecidos con preeminencias, y dada la aureola romántica que rodeaba a ciertos personajes que habían intervenido con el pensamiento o la acción en las revueltas de Francia, romanticismo que hace presa fácil en la gente joven.
Este conjunto de ideas se propagó en América, no obstante la vigilancia de las autoridades españolas en el mercado de libros; ostentaba como principios fundamentales el derecho de rebelión del pueblo contra la autoridad, el origen meramente popular de la misma, la independencia de los poderes del Estado, y el sufragio universal como medio de designar autoridades; y estaba informado por las tesis o dogmas rousseaunianos, tales como él de que los hombres son buenos por naturaleza, pero corrompidos por la sociedad, y el de que el origen de ésta estuvo en el contrato primitivo de los asociados, esto es, en el “pacto social”, hecho imaginario que sólo tuvo realización al tiempo en que vivía Rousseau en un país, esto es, en los Estados Unidos, y que fue tomado por los secuaces de Rousseau como mera interpretación del hecho social.
He aquí los principios que causaron novedad y entusiasmo en las postrimerías del siglo XVIII, que provocaron la Revolución francesa y que, al ser bebidos por varios intelectuales de América Hispana, sirvieron de fermento que, unido, a otros factores estudiados ya o por estudiarse a continuación, produjeron la revolución de independencia.
Pero si los principios liberales actuaron directamente sobre el espíritu de algunos americanos influyentes, también ejercieron influjo en la Independencia por medio de los hechos por ellos engendrados, tales como el ya anotado de la Revolución francesa y aun antes de ella, por medio de la independencia de los Estados Unidos.

En cuanto a ésta, nos basta observar lo siguiente: 1º Que varios revolucionarios, especialmente Miranda, esgrimieron el argumento de que si España había ayudado a la independencia yanqui, Inglaterra, para, desquitarse, debía de ayudar a la de Hispanoamérica; 2º En Estados Unidos se preparó al menos una expedición revolucionaria contra el gobierno español; 3º El ejemplo de Estados Unidos, que comenzaba con entusiasmo su vida independiente, sirvió de continuo modelo de los independentistas hispanoamericanos, que se enamoraron hasta de cosas propias de los Estados Unidos, como el sistema federal, lo que, al tratar de imitar infantilmente, desde México hasta Venezuela y desde Nueva Granada hasta Buenos Aires, ocasionó guerras sangrientas entre los mismos independentistas y motivó más de uno de sus fracasos frente a la reacción realista.
Pero junto al liberalismo y a los hechos por él engendrados o por él apoyados, hubo otros elementos doctrinarios o sectarios que intervinieron en la disolución del Imperio español; nos referimos principalmente a la masonería.
El liberalismo y la masonería no sólo actuaban directamente por medio del influjo sobre los independentistas o patriotas, sino que se infiltraban en la misma Península y tomaban posiciones, maniatando a España en su defensa contra la revolución emancipadora, y así vemos a secuaces de ellos, como el general Riego, sublevarse en Cabezas de San Juan cuando se disponía a embarcarse hacia América para debelar la revolución. Inglaterra y Francia contaron con el liberalismo y la masonería como aliados poderosos para someter a los políticos españoles a sus fines nacionales, aunque ello fuera en mengua de los intereses de España.
La misma expulsión de los jesuitas de América, golpe fatal para la obra de España en nuestros países, fue algo en que tuvo bastante que ver la masonería (Nota editorial: y habría que ver hasta que punto esta expulsión no fue una maniobra generada desde adentro de la misma Compañía para batir a las Españas y a su Imperio). Al estudiar este acontecimiento en el número 228 de la tesis anterior, ya lo hemos indicado, influyó en el relajamiento de los vínculos de España con las colonias; y en la tesis siguiente veremos cómo algún jesuita, al desvincularse del Imperio español, hizo de uno de los precursores en la Independencia.
En la historia y en el espíritu de la masonería pueden anotarse estos caracteres: 1º Alianza con el judaísmo y con el imperio británico; 2º Anticlericalismo y anti-catolicismo fanáticos en los países latinos; 3º Oposición a las formas tradicionales de vida de estos pueblos; 4º Secretismo y espíritu de grupo o círculo.
De la relación de estos caracteres de la masonería puede deducirse mucho saber el por qué de su intervención activa en la Revolución francesa, de su apoyo a Napoleón en los primeros tiempos, para luego volver las espaldas y coadyuvar con Inglaterra para su caída; asimismo puede deducirse el por qué de la intervención masónica en la disolución del Imperio español, Imperio católico, el primero, a partir del siglo XV, en haber tratado radicalmente el problema judío (con la expulsión de estos de todos sus territorios), aferrado a las bases constitutivas de su grandeza, como todo gran pueblo, y representante de la antítesis de Inglaterra.
La masonería, pues, como hemos visto, comenzó su labor de zapa al introducir en sus filas a varios políticos y militares españoles, desde el siglo XVIII después actuó directamente sobre los revolucionarios de América, a quienes relacionó, captó y encubrió. Así vemos, por ejemplo, que Miranda, Bolívar y San Martín ingresaron en las logias aun cuando más tarde, algunos de ellos como Bolívar, renegara de ellas y las disolviera en el Perú y Colombia, acusándolas de constituir un peligro para el orden, el progreso y la paz del Estado (1).
He aquí cómo el liberalismo y la masonería fueron factores inmediatas de la Independencia en cuanto actuaron directamente sobre los patriotas; y fueron factores mediatos o remotos (resaltado en el original) en cuanto al apoderarse de algunos dirigentes e infiltrarse en algunos organismos del Imperio español, precipitaron el espíritu disolvente que se inició al comenzar la decadencia hispana (resaltado en el original).
Nos falta, pues, hablar del otro socio de la empresa antiespañola: de Inglaterra.
Este país, como hemos dicho antes, por motivos de hegemonía imperialista y de, índole doctrinaria o sectaria, procuró en todo momento, dar al traste con el poderío de España, valiéndose de todo medio.

Apoyó en un principio con cautela a los precursores de la Independencia y después, abiertamente, a los revolucionarios; todavía, conserva el Ecuador una deuda de varios millones de sucres por esa ayuda inglesa (el texto es de 1951; la “deuda inglesa” se terminó de pagar al fin en el gobierno del Gral. Guillermo Rodríguez Lara 1972-1976, después de siglo y medio de haberla adquirido).
Pero juntamente con el apoyo con gente, armas y pertrechos a los revolucionarios hispanoamericanos, trató de hacer sus conquistas directamente; y así, en 1806 toman los ingleses Buenos Aires y dan los primeros pasos para, hacer cosa semejante con Chile, pero fracasan en sus proyectos por la brillante reacción de los argentinos, que los expulsan tras lucha sangrienta.

Este mismo rechazo hace sentir a los criollos su fuerza y les alienta para conseguir la autonomía. Sin embargo, Inglaterra seguirá ayudando la, revolución independentista, vengando de esta manera, además, el apoyo que España dio a los Estados Unidos para su independencia.
De los resentimientos o de reacciones contra reales o supuestos agravios, hemos hablado ya al tratar en el número 297 de la acentuación de una personalidad hispanoamericana; y tocarnos ahí este problema porque se presentó como tal, ya avanzada la Colonia, como consecuencia de una diferenciación llena de amor propio entre el criollismo y el hispanismo peninsular; es decir, como resultado de una afirmación más o menos consciente de la idiosincrasia y afanes de los hispanoamericanos frente a los hispanoeuropeos. Sin embargo, por la época, en que se presentan, esto es, ya cerca de la época de la. Independencia, les hemos clasificado entre las causas inmediatas, o próximas.
Las diferencias económicas y la oposición de intereses entre España y América, tenían que presentarse tarde o temprano, en cuanto las colonias aumentasen en población -por lo mismo, en necesidades- y los colonos desarrollasen la natural tendencia de enriquecimiento y de poder, máxime si había las ofertas tentadoras de los enemigos de la Metrópoli.
Mientras a España le interesaba, para el mejor control del Imperio y aun para su mejor defensa frente a rivales y enemigos, orientar la economía hacia la unidad armónica, a los productores de diversas regiones, que veían lo suyo y no la totalidad del Imperio les interesaba la prosperidad local, lo que veían y palpaban.

Si se les ponían limitaciones que restringían lo que querían producir o vender, tenían que sentirse incómodos. Esto llegó a constituir un problema sobre todo en el Virreinato de Buenos Aires; no sucedió lo mismo en la Audiencia de Quito, pese a, la gravísima crisis que vino por las calamidades geológicas y sanitarias.
Queda una última causa de la Independencia, más inmediata, la más próxima a todas, la que, unida, a las anteriormente expuestas, dio ocasión y pretexto para el alzamiento general de, las colonias hispanoamericanas: la invasión de España por Napoleón.
Este caudillo entró en la Península en son de amigo, ya que eran aliadas Francia y la Madre Patria, contra Inglaterra se proponían las dos castigar a Portugal, aliado de Inglaterra; pero cuando las tropas francesas estuvieron en gran número en España, se quedaron como dominadoras provocando la reacción heroica de los españoles.

Estos luchaban como podían y principalmente mediante el sistema de guerrillas, contra los hasta entonces invencibles ejércitos napoleónicos; lograron ganar alguna victoria en batalla campal, como la de Bailén; se hicieron fuertes en algunas ciudades como Gerona y Zaragoza, que defendieron con valentía no conocida en Europa en esos días, y constituyeron juntas provinciales o regionales de defensa contra el “intruso” y “tirano Bonaparte”.
Estas Juntas al fin se reunieron en una, que adoptó el título de Suprema, la, que, acosada por los franceses, se refugió en Sevilla y luego pasó más al Sur, alojándose en la isla, de León, frente a Cádiz; nombró un Consejo de Regencia que gobernaría en ausencia de los reyes, presos en Francia, el que convocó a Cortes, las que se reunieron en Cádiz integradas también por diputados americanos, entre ellos los ecuatorianos Mejía, Olmedo, Matheu y Rocafuerte, descollando admirablemente el primero, como ya veremos y dejando de concurrir el último. En estas Cortes se dejan sentir fuertes influencias liberales y masónicas, que procuran romper el orden tradicional de España, en buena parte con el apoyo de los diputados americanos.
Esta situación caótica de España que dejamos descrita, dio lugar a que en América se formaran también Juntas Patrióticas de defensa semejantes a las españolas, pero que en general constituyeron una mera simulación organizada por americanos independentistas (autonomistas en verdad) quienes, so pretexto de oponerse a las autoridades afrancesadas y a los emisarios que mandó Napoleón, trabajaban por la Independencia, engañando o tratando de engañar doblemente, sea a las autoridades españolas, sea al pueblo, que, generalmente, no sentía el afán de independizarse.


C) Causas internas, externas y -mixtas-.

De todas estas causas de la Independencia, que hemos diferenciado en remotas y próximas, podemos hacer una segunda clasificación tripartita: 1º La decadencia del Imperio español, la formación de una personalidad hispanoamericana, la oposición entre criollos y peninsulares, y las dificultades económicas, son factores internos; 2º La influencia inglesa, francesa y yanqui, son causas externas; 3º Los factores doctrinarios o sectarios participan de las dos primeras categorías; son causas externas, porque fueron promovidas desde afuera; y son causas internas, porque se infiltraron en el organismo del Imperio.


Notas:
[1] Extraído de la obra de Jorge Luna Yepes: “Síntesis histórica y geográfica del Ecuador”, 2ª Edición, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1951, pp. 332-343.

[2] Dr. Jorge Luna Yepes (Quito – 1909) Político y escritor revisionista, autor entre otras obras: “Síntesis Histórica y Geográfica del Ecuador” -2 ed. Quito y Madrid-, “El pensamiento de ARNE”, etc., Fundador de Acción Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana, en 1943.

¿Por qué reivindicar el Imperio?

Publicado inicialmente en MundoRepubliqueto

Cuando se trata de reivindicar al Imperio Español ¿Qué tratamos de hacer? Con los recientes ataques a Elvira Roca Barea autora del popular libro de historia «Imperiofobia y Leyenda Negra» surge una tendencia muy curiosa por parte de los atacantes. La tendencia trata básicamente en acusar a los que buscan limpiar la imagen del Imperio Español, ante los siglos de difamación que ha sufrido, de tener una filia rara al imperio o, en esencia, que lo que nos gustaría es «regresar» al pasado, regresar al imperio, que España vuelva a dominar en América. Esto es una ridiculez.

Reivindicar el Imperio no se trata de regresar al pasado, lo contrario es sobre el futuro, el futuro de todo el mundo hispano a ambos lados del Atlántico y siendo muy optimistas, quizás del Pacifico ¿Por qué? Pues porque la disolución del imperio español fue única en su destrucción del pasado, fue única en que nos dejó huérfanos y a la deriva, huérfanos porque en América se nos quitó uno de los progenitores de nuestros países creando traumas estúpidos e innecesarios sobre nuestra supuesta explotación y retraso. Imagina que hubiera sido de Europa si al caer Roma los reinos sucesores en vez de la profunda admiración que sentían hacia ella y su constante emulación, hubieran sentido rechazo y lanzado narrativas sobre que «los Romanos nos robaron el oro». No creo que Europa hubiera podido desarrollarse como hizo queriendo deshacerse del legado de Roma. Algo así sucedió en América, en vez de seguir adelante con nuestra herencia de siglos, decidimos detenernos, empezar de 0 y reivindicar de manera ficticia el legado de sólo uno de nuestros padres -el indígena- y enterrar al otro progenitor.

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«Invasores, nos robaron el oro ¡fuera Roma!»Image result for catedral de sevilla«Fuera la religión de los invasores, ya nosotros teníamos religión»

No, el reivindicar el imperio es rectificar un error histórico que lleva al menos dos siglos, para poder salir adelante juntos, poder salir de esta disonancia cognitiva y orfandad artificial. Es para quizás empezar a dictaminar nuestro propio destino en vez de ser estados periféricos, en vez de ser republiquetas. Porque está bien que los que no son hispanos piensen lo que les dé la gana sobre España y su legado, pero es inaceptable para nosotros los hispanos que esto siga así, que pensemos que siempre hemos sido victimas que siempre hemos sido pobres, que siempre fuimos unos retrasados a la sombra de las glorias de alguien más. Es inaceptable que seguimos mendigando ideas, modelos y legados a extranjeros enemigos históricos de los pueblos hispanos que no entienden nada sobre como somos y que nos sirve.

El Imperio Español nunca regresará, pero el reivindicarlo es para tener una base que sirva para el futuro, no para volver al pasado. No hay futuro para el mundo hispano si no nos sacudimos el lastre de la Leyenda Negra y el anti-españolismo.